"El censo de Belén". Peter Bruegel

Bruegel era un verdadero maestro a la hora de combinar diferentes géneros pictóricos en una misma obra: paisaje invernal, escena de género y tema religioso, todo en uno. Un cocktail soberbio, pero ligeramente descompensado en favor de los dos primeros.
La parte religiosa es casi testimonial, como si fuese una excusa para pintar el resto. Se limita a cuatro figuras, dos de las cuales ni siquiera hablan: San José, con su sierra de carpintero al hombro y el cesto de las provisiones colgado del brazo, la Virgen, cubierta por un enorme manto azul, la mula y el buey. Se supone que han llegado a Belén para apuntarse al censo, algunas horas antes de que la mujer se ponga de parto. Si no conociésemos la identidad de esta ilustre pareja, que queda casi camuflada en medio de tanto ajetreo, estaríamos ante una vulgar representación de la vida cotidiana en un pueblecito flamenco del siglo XVI. Los recaudadores de impuestos acaban de llegar al pueblo y han montado una oficina improvisada en la ventana de la taberna de la izquierda. Los ciudadanos se agolpan ante ella al mogollón, abriéndose paso a empujones, deseosos de pagar sus tributos (real como la vida misma, ¿verdad?) A pocos pasos, un hombre y una mujer están haciendo la matanza del cerdo. No parece algo casual. En la pared del edificio, podemos ver el escudo de los Habsburgo con el águila bicéfala. Es bastante probable que Bruegel haya aprovechado la coyuntura para hacer una crítica “constructiva” sobre el reinado de Felipe II, que estaba “sangrando” de mala manera a la población de Flandes a base de impuestos. O sea, que aquí de censo nada. Mucho me temo que San José y la Virgen se han equivocado de ventanilla.

El cuadro es una auténtica joya, plagado de detalles anecdóticos, como la pareja que se ha fabricado un trineo DIY atando una cuerda a un taburete, la pelea de bolas de nieve de los chavales del pueblo, que ha acabado a guantazo limpio, o el hombrecillo que observa tranquilamente el río, con la espalda condecorada con los restos de un bolazo de nieve. Pero lo mejor es la taberna “El cisne rosa”, instalada en el interior del tronco de un árbol. Un local modesto, pero que dispone hasta de licencia de terraza.

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